La avalancha de
información esta semana nos tiene confundidos. La ciudadanía se viste de
primate e interpreta a un salvaje personaje colectivo disparando opiniones al
azar: “Que se vayan todos”, “que no eran blancas palomas”, “que ya estamos
hartos” se oye por las calles cada vez más oscuras de las redes sociales. La
fogata moderna tiene cable pero incluso así no existe diversidad. La
homogenización del discurso del ciudadano medio le quita el filo crítico a un reclamo
totalmente justificado mas no por eso, bien ejecutado. Entendámonos, luego de
una crítica lúcida viene irremediablemente una actitud propositiva. ¿Cuánto
está dispuesto ud. a dejar para que las cosas cambien? ¿Cuántas horas de sueño
está dispuesta ud. a sacrificar por ir en busca del amanecer?
Ojo con el populismo, cuidado con los mesías del capital que ya se
aproximan caminando lentamente sobre las aguas. Ojo que don Francisco está sin
pega, cuidado que Farkas está cada vez más generoso. Basta de repeticiones
vacuas, no repliquemos ni la monserga hacia el político si es que vamos a
seguir votando, ni el llanto del desprivilegiado si es que seguimos pensando
que en el fondo es flojera. Mirémonos al espejo y encarémonos, tal y como nos
indicó Roberto Artl: ¿Soy sincero conmigo
mismo? Si el corazón dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con
confianza. Siendo sincero no se va a matar. (…) Un hombre sincero es tan fuerte
que sólo él puede reírse y apiadarse de todo.
Apuntemos a la pluralidad de una organización civil basada en nuestro
territorio, superando el prejuicio y el miedo por el otro. Extirpemos la
tendencia a la generalización: la guerra contra todos finalmente es una guerra
contra nadie. Pongámosle nombre al monigote, apellido al mentiroso. Seamos
explícitos en lo general y sugerentes en lo individual. Que el represor de bajo
rango, aquel que descarga corriente contra un joven empapado tenga su castigo,
que el especulador de ideas y capitales sea silenciado, que el hijo de mami
suelte la teta de una vez por todas.
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