domingo, 22 de diciembre de 2024

A costa de las buenas personas (Isla Negra, 2024)

Tengo la mejor excusa para hablar del Litoral de los Poetas, uno de los escenarios inmobiliarios más atractivos de nuestro territorio. Reconozco que conocí primero a los poetas y luego el litoral. Desearía que hubiese sido al revés. Ese marketing literario ha servido de bandera para prostituir la costa de la quinta región. Los poetas no lo han hecho mejor. Una franja marítima inundada de alta cultura cliché, santuarios marinos que se tranformaron en suntuarios y turistas nómades que devoran la oferta estival. Solo el verano pasado arribaron más de 6 millones de turistas al litoral central. No tengo la cifra de los poetas flotantes en la zona.




El día que inició la primavera caí por coincidencia en la presentación de "Isla Negra" (2024), tercer largometraje del Jorge Riquelme Serrano, que cuenta en el reparto con la ex ministra Paulina Urrutia, el maestro José Soza, la talentosa Marcela Salinas y el sempiterno Alfredo Castro. Su presencia me animó a asistir. Admiro su voluntad crítica dentro del panorama artístico actual. Gastón Salgado merece un homenaje aparte. En fin, nos congregamos dentro de una estilizada caja negra, instalada por la Municipalidad del Quisco, y un centenar de personas presenciamos el film.

Cuicos sensibles presenciando historias de cuicos crueles. La película refleja fielmente la realidad que se vive en el litoral, con sus contradicciones, sus personajes y sus estéticas diversas. Hay un tratamiento ejemplar de la elipsis en el guión. Conviven la podredumbre errante entre los rompeolas y la mirada panorámica de los acomodados altivos. Cartagena versus San Alfonso del Mar, el mar como basurero inquieto, el mar como manto apolíneo, de encajes espumados.


El conflicto de la pareja central, Castro y Urrutia, es formidable. Existe una identificación y repulsión con el espectador, que se mantiene hasta el final de la historia. El mayor mérito de la cinta es transformar un affaire empresarial en una discusión política, como lo es el derecho a la vivienda o el respeto al imaginario histórico de una comunidad. Los cuicos protegiendo su plácida rutina neurótica en sus mansiones y los sin casa con las pellejerías patéticas de quienes no tienen -tenemos- dinero suficiente para vivir o pensar según el marco legal que exige el neoliberalismo canibal. Los cuicos reflejando su cobardía congénita, invocando a todas las instituciones habidas y por haber, para justificar su zona de confort y zonas de sacrificio. Los sin casa enarbolando discursos sobre la gentrificación y la ayuda humanitaria, con un Sauvignon Blanc entre las manos. Un goce de contradicciones. Últimamente no espero nada más del arte.



Me retiré cuando comenzó el conversatorio. Paulina Urrutia hizo énfasis en las risas espontáneas en ciertos pasajes de horror de la película, mientras salía del lugar. También me llamó la atención. Debido a la fuerza liberadora del humor, quienes se sentía más identificados con los personajes -la mayoría del público presente, eran los mismos dueños de casas de veraneo que reflejaba la película- soltaban risotadas avergonzadas frente a matices de humor negro. ¿Cómo reaccionar violentamente a una okupación no violenta? ¿Cuál es el límite de un cafiche en mansión ajena? Pienso en Parásitos (2019) y algunos mensajes comunes. Los cuicos son estúpidos porque no pueden ver más allá de su herencia. La racionalidad y la legalidad se ven cada vez más limitadas para explicar la realidad. El progreso tiene muchas caras pero dos pulmones, el despojo histórico y la depredación económica. 

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