domingo, 18 de julio de 2010

A GERARDO DE POMPIER

El último libro de uno de los padres de nuestra generación:
Don Germán Marín y sus “COMPASES AL AMANECER”.

De muestra un botón... Un relato dedicado al alter ego de Enrique Lihn.
Extracto de "A Gerardo de Pompier"

Bajo el vasto éter que nos separa desde la jornada en que usted se vio obligado a regresar a los lares del fundo Los Transparentes, en el riñón de Chile, las conocidas lunas y los laboriosos años han pasado sobre nuestra testuz dejando como es natural sus huellas que, dolorosas aún, no se extinguen a pesar de que cada día somos más distintos, más ajenos, sin que por esto, usía, mejore la calidad de la raza. Cuánta razón tenía el licenciado Enrique Lihn y Carrasco, a quien los espíritus celestes llevaron hace dos décadas al Parnaso, cuando peroraba durante una
proclama callejera, arriba de un cajón de manzanas, rodeado por los selectos miembros del Cenáculo de la Nariz Torcida, que nuestra sociedad necesitaba un cambio radical de autoridades, inspiradas estas nuevas en una politeia destinada a embellecer la realidad, a maltraer debido a la ineficacia pública y el epicureísmo capitalista.

Su mensaje, maestro, enarbolado por el poeta citado, no encontró en esos momentos la tierra fecunda donde prosperara, erial por las disputas de uno y otro sector de la ciudadanía, pero, como dice el sabio Michelet, la historia es un río que siempre es fiel a su cauce, por lo cual vivos y muertos, en una fraterna conjunción, volveremos como en el pasado remoto a su asertorio bajo el cual, jóvenes todavía, nos convocara a través de la revista Cormorán y después, gracias a una delicada dama terrateniente que nos acogiera, enemiga de su clase, a unas reuniones de mantel largo que, sin ser por completo hiperbólicas, ofrecían la pasión cívica de unos escritores y artistas dispuestos a observar un ideario de salvaguardia nacional, alumbrado por usted en persona. Si bien los pretéritos años han modificado el statu quo sin otro avance, después de la llamada recuperación democrática, que un moderado respeto a los derechos humanos, pues el subdesarrollo prosigue atentando contra la dignidad, el país no es otro que él mismo atado a la noria de sus viejas enfermedades. De ahí, ilustre emancipador, que sus principios se mantienen aún hoy irrefutables, al modo de, digamos, el sistema periódico de los elementos de Mendelejeff, tras alarmados observar en su precario urbanismo la modernidad de Santiago levantada sin ningún aliento que ofrezca un grato cobijo a la población, como así también, en el ámbito de las superestructuras, según el lenguaje marxista caro entonces, a los filisteos que, simuladores en la expresión literaria, aprovechan la ignorancia del rebaño para vender sus fáciles y rentables mercancías de baratillo.

Tengo presente cuando la vida era una esperanza pronta a cumplirse, el duelo a espada que usted sostuvo en los predios de la viña Undurraga con el marqués español Domingo de Peñalba, avecindado en Chile, a causa de su torpe injerencia en una polémica referente al idioma que, al excederse cayendo en el epíteto agraviante, enfrentó a ambos en el campo de honor pues, como usted afirmara frente a los hombres buenos que sirvieran de mediadores, era imposible aceptar pacientemente que el verbo de los chilenos fuese una mala copia del español. Deseamos con esto señalar la actitud que representaba su postura que, si bien era participativa en el diálogo, rechazaba la crítica externa, es decir, aquella que no estuviese avalada por el riesgo de la praxis como era nuestro actuar, iluminado por la antorcha pompierista en marcha a la liberación, pero que, ¡ay!, un día las fuerzas ocultas interrumpieron a sangre y fuego en pos de unos intereses bastardos, enemigos de la belleza, de la sociabilidad y de la justicia.

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