“Hay que partir de él ahora, aunque nadie lo haya leído".
Alejandro Jodorowsky
Alejandro Jodorowsky
“…tampoco se daban
cuenta de la importancia que hubiera tenido
el hipotético
encuentro entre Darío y Huidobro, la posible amistad,
el abanico de posibilidades perdidas para la poesía de nuestra lengua.”
el abanico de posibilidades perdidas para la poesía de nuestra lengua.”
Amuleto, Roberto Bolaño
Que
esto contribuya a la expropiación de lo simbólico y lo imaginario.
Que no sea otro bullado rescate literario sino un sentido consejo de lector a lector. Una serie de indicaciones sobre cómo desechar lo estancado, la “cháchara de altura” y ese realismo latente (a veces sesgado, a veces innecesario).
Que no sea otro bullado rescate literario sino un sentido consejo de lector a lector. Una serie de indicaciones sobre cómo desechar lo estancado, la “cháchara de altura” y ese realismo latente (a veces sesgado, a veces innecesario).
“Mucho
tiempo he estado acostándome temprano” nos dice Marcel Proust al principio de En busca del tiempo perdido. Cansado de acostarse
temprano considerando que los buenos no duermen. Cansado al igual que Huidobro del
arte reproductivo. Cansado como los pies de Ulises por Dublin, como Arturito
Belano de la oficialidad, como Raskolnikof de la usurera Ivanovna. Cansado, como
el sentido común de Gregorio Samsa, como la mente minuciosa de Auguste Dupin,
como el órgano reproductivo del Marqués de Sade. Cansado, enajenado, absorto. Harto
del mundo como Juan Emar, Álvaro Yánez o simplemente Pilo, para nosotros sus
lectores (sus mejores amigos).
Hijo de Eliodoro Yánez, pasó gran parte de su vida viajando por Europa relacionándose de manera directa con el nacimiento de las vanguardias. A su llegada a Chile, trabajó en la nación dando origen a sus ya míticos comentarios de arte donde comienza a firmar como Juan Emar (deformación del francés J’en ai marre: “estoy harto”). Es en esta columna, cuando intenta dar luz verde a las nuevas tendencias que ya inundaban el planeta-arte y donde cosecha sus primeras polémicas.
Hijo de Eliodoro Yánez, pasó gran parte de su vida viajando por Europa relacionándose de manera directa con el nacimiento de las vanguardias. A su llegada a Chile, trabajó en la nación dando origen a sus ya míticos comentarios de arte donde comienza a firmar como Juan Emar (deformación del francés J’en ai marre: “estoy harto”). Es en esta columna, cuando intenta dar luz verde a las nuevas tendencias que ya inundaban el planeta-arte y donde cosecha sus primeras polémicas.
En 1925 publica un anticipo de Altazor y posteriormente, luego de intentos fallidos de renovación y hermetismo de la crítica ante sus obras, se aísla en una localidad de la IX región para redactar el inclasificable Umbral, hasta el día de su muerte
“Ese
escritor chileno similar al monumento al soldado desconocido”, decía Bolaño refiriéndose
al hecho de que las peleas no las ganan los O´Higgins, ni los Carreras sino los
humildes soldados sin nombre, la carne de cañón del pelotón. Ese es Juan Emar,
el sujeto cabizbajo que en silencio y pese a la dureza de la crítica literaria escribió uno de los libros más experimentales de la literatura universal:
“Umbral”, una mutación literaria de más de 5.000 páginas, donde una extensa
narración ramificada se ve interrumpida por otros relatos incidentales y
reflexiones irreproducibles que violentan su unidad. No es difícil proyectar el patrimonio Emariano
hacia el infinito y afirmar (como lo insinuara Jorge Tellier en su momento) que
la obra de Juan Emar se trasformó en un simulacro y precedente claro de lo
“Real-maravilloso” Americano. Sin duda se adelantó a García Márquez, aunque no se
lo dijo a nadie.
Es
por esta y muchas otras razones, que parece absurda esa actitud
dogmático-patológica de la academia al postular a nuestro autor como una
adaptación local de Kafka, Proust, o
Michaux, teniendo características tan únicas que solo lo hacen guardar
fidelidad consigo mismo. Su valentía escritural y valor latinoamericano –que yo
denominaría provincial-americano (similar al surrealismo cotidiano de Residencia en la Tierra)- guardan ese
sentido de la inocencia del mundo, de la mirada incierta del niño (en la noción
Nietzschereana del sustantivo) donde todas las combinaciones son posibles en un
mundo inexplicable, incrementando las probabilidades de creación en un
imaginario en constante cambio, de experimentación obstinada.
Cuando
Rudencindo Malleco junto a su esposa -en esa escena inmortal de la excursión al
zoológico de Ayer- comentan el salto
del león sobre un avestruz y las distintas posibilidades que esta postal trae a
escena; desde lo cabalístico pasando por lo científico y llegando a lo
geométrico, resulta impensado que la situación descrita concluya con el León
dentro del buche del avestruz debido a una apertura inusitada del pico.
Sorpresivo por decirlo menos
Leo
o se podría leer a Juan Emar (porque la falta de título profesional exige el
impersonal, según algunos académicos) como una figura central en la narrativa chilena
de nuestra época, toda vez que desbarata nuestra noción de la “normalidad”, del
realismo mecánico, la aristotelización de lo narrado y elementos literaturosos
que van desde la repetición vacua de conceptos con respeto académico, comparaciones
estúpidas, hasta plantear verdaderos guirigays (como decía Proudhon) que sólo
dificultan la obtención del significado del libro, con un estudio del objeto
más inaccesible que el mismo objeto.
Emar
nos exige (y alienta) una interpretación basada en la experiencia. Quizás si
Alone hubiese adquirido menos lecturas y más experiencia campestre,
interpretando El pájaro verde desde
la perspectiva supersticiosa –casi metafísica- de la ruralidad mitificadora,
habría financiado Diez en vez de los 20 poemas de amor de Neruda.
Es
en este punto, donde no interesa cuantas veces fue ridiculizado por Silva
Henríquez, lo poco visionario que fue Díaz Arrieta o cuantas veces ha sido
reivindicado por Camilo Marks o Ignacio Valente. Los acercamientos teóricos no
interesan en la práctica. “La labor primordial del arte, es escapar de la
definición”, decía Wittgenstein.
Desde
esta perspectiva, donde la literatura es un lugar y no una abstracción ininteligible,
es que Emar nos invita a desloganizarnos. Si la crítica literaria ha dicho que
no existe parodia en la literatura chilena es que han pasado por alto Ayer y su sátira transversal o la
reconstitución de escena de Miltín. Echando
mano a una máxima del trasandino Germán García, el parodiar es (también) un
para-odiar.
¿Qué
habría sucedido si Emar hubiese sido considerado en su época?
Algo similar al encuentro virtual entre Darío y Huidobro: “… Darío hubiera aprendido más, y hubiera sido capaz de poner fin al modernismo e iniciar algo nuevo que no hubiera sido la vanguardia pero sí una cosa cercana a la vanguardia, digamos una isla entre el modernismo y la vanguardia, una isla que ahora llamamos la isla inexistente, palabras que jamás fueron, y que sólo pudieron ser…”
Algo similar al encuentro virtual entre Darío y Huidobro: “… Darío hubiera aprendido más, y hubiera sido capaz de poner fin al modernismo e iniciar algo nuevo que no hubiera sido la vanguardia pero sí una cosa cercana a la vanguardia, digamos una isla entre el modernismo y la vanguardia, una isla que ahora llamamos la isla inexistente, palabras que jamás fueron, y que sólo pudieron ser…”
¿Cómo
hubiese sido esa isla inexistente de Juan Emar?
Otra tarea para la casa
Otra tarea para la casa
Bibliografía
del Autor:
Emar, Juan. Ayer. (Santiago: Lom, 1997)
Emar, Juan. Diez. (Santiago: Universitaria, 1997)
Emar, Juan. Cartas a Carmen.
Correspondencia entre Juan Emar y Carmen Yañez (1957-1963).
(Santiago: Cuarto Propio, 1998)
Emar, Juan. Notas de Arte (Jean Emar en La Nación: 1923-1927). (Santiago:
Ril editores; Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2003)
Emar, Juan. Un año. (Santiago: Editorial Sudamericana, 1996)
Emar, Juan. Un año. (Santiago: Editorial Sudamericana, 1996)
Emar, Juan. Umbral. (Santiago: Ediciones de la Dirección de Bibliotecas,
Archivos y Museos, 1996)
Artículos
Recomendados.
Braulio Arenas: "Juan Emar: Un
precursor chileno de la nueva novela francesa". La Nación, 14 de marzo de
1965.
Jorge Teillier: "Juan Emar, ese desconocido". La Nación, 8 de octubre de 1967.
Eduardo Anguita: "Juan Emar fuera del mundo". El Mercurio, 10 de junio de 1964.
Jorge Teillier: "Juan Emar, ese desconocido". La Nación, 8 de octubre de 1967.
Eduardo Anguita: "Juan Emar fuera del mundo". El Mercurio, 10 de junio de 1964.
1 comentario:
Aunque sé que esto es una piedra al espacio. Gracias, buenísmo!
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