lunes, 13 de julio de 2015

EL NESCAFÉ DE LAS ARTES DEL PELUQUIN

La pregunta es por qué son malas las malas palabras,
 ¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?,
¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar?
Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente.
No sé quién las define como malas palabras.
Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?

Roberto Fontanarrosa – Las malas palabras (2004)

La oralidad en el contexto americano es un vehículo expedito hacia las raíces ocultas. Sus variadas formas permiten reconstruir nuestras tradiciones originarias aplastadas por el colono y la tradición hablada que se niega y reniega la sistematización. La hegemonía de la cultura escrita y sus límites formales no dan verdadero sentido del significado e impacto de la cultura hablada, pues la oralidad implica una participación activa y vivencia del acto comunicativo. Construir el lenguaje desde abajo, desde la cultura amerindia o grupos sociales marginados, se postula como un enfrentamiento interesante, una disputa política por el imaginario.
La censura protocolar a la que fui sometido en el teatro Nescafé de las artes me hizo entrar por la ventana. Un guardia calvo, el pacobinero del protocolo, impidió que me sentara a las afueras del teatro aduciendo normas de formalidad y buenas costumbres. Supiera cómo me manejo con los cubiertos en la mesa y que hasta el condón me lo pongo con corbata. Providencia y su pretensión artística neoclásica versus un provinciano cansado de viajar por la urbe. Sin embargo, este choque cultural era exactamente uno de los objetivos del evento.
El encuentro “Palabra Hablada”, en su decimotercera edición, propuso la conjugación de distintas disciplinas en el ejercicio de la voz a capella. Un recital lírico inédito que rescató artistas importantes, registros marginales y un visión de crítica frente al estado de la cosas. Una propuesta que se plantea como opción al concepto refinoso de “gusto estético” y su miopía pechugona. Más de alguna asistente horrorizada puede dar testimonio de ello.



         En primer lugar apareció Karen Wenvul, quien a través de la invocación y el canto espiritual abrió el encuentro cantando a nuestros ancestros. Una conexión necesaria que dio el piso a una ceremonia que debía alejarse del encasillamiento, en los límites de lo folclórico. Consecutivamente, salieron a escena dos trovadores que hicieron uso de su gran habilidad de elaboración de décimas. Cecilia Astorga y Rodrigo Núñez, con copa de vino incluida, demostraron que la improvisación es una herramienta inalienable del arte oral y que, a pesar de que cada pie forzado no fuese idóneo, el oficio y la creatividad del payador marcan la diferencia.
De ahí en más, el encuentro prosiguió con algunas caras más vistosas. Tata Barahona demostró su cuantía a voz desnuda, en un homenaje al archifonema, al habla del pequeño comerciante, al balbuceo y a la interjección dionisíaca. Portavoz no estuvo a la altura del evento. Las razones, al parecer domésticas, demostraron su indiferencia con la puesta en escena y con el concepto. El prejuicio con la locación, el palo de la entrada y estereotipo del asistente promedio de Provi, no justifican el olvido de canciones y la métrica dubitativa que marcaron su presentación.
A esas alturas, solo quedaba esperar el plato fuerte de la noche: el último humorista del festival de Viña. Hubiese sido interesante la interacción con mi acompañante de asiento. Una señora de unos cincuenta años, pelo corto y de baja estatura. Quisiera haberle planteado un tema de conversación: ¿Qué es la popularidad? Nombre 3  artistas populares. Defina en breves palabras una canción popular. Cantidad de “me gusta”. ¿Cuánta gente vive en su casa? Adorno afirma en Televisión y cultura de masas (1954) que la división entre arte "melenudo" y arte "de pelo corto" es producto de una prolongada evolución histórica. Esa evolución histórica, advierte, no es más que otra clasificación realizada por el mismo comercio. Desde ahí entendemos que “Palabra hablada” contribuyó a romper esa taxonomía nefasta del arte por la de valoración misma de la experiencia estética. Los exponentes del canto sagrado, la paya, la comedia, la poesía, el rap y la trova parecen ser artistas que rebasan el envase de las categorías propuestas por el mercado.
Fue el poeta Yeko Aguilera quien quebró finalmente el ambiente y guardó bajo la alfombra roja todo tipo de solemnidad. Las caras de asco y distinción del asistente promedio a dicho teatro se transformaron en risa o por el contrario, en completa indiferencia. La arremetida retórica del chantipoeta demostró que los elementos suprasegmentales y la performance son un requisito importante para el arte literario actual, una oportunidad única de saltar de la página al mundo, más allá de la racionalización, ofertas o críticos flemáticos del arte. Una presentación breve pero contundente en la que espetó textos nuevos y otros pertenecientes a Destilado de mariposa del año 2009.
Finalmente, el encargado de cerrar el show, León Murillo, salió a escena demostrando por qué es el comediante under más exitoso en la actualidad. Su agudeza y chispa, siguen intactas a pesar de las prostituciones mediáticas y la normalización de su figura televisiva. Un evento prometedor, lúcido por parte del organizador, Giorgio Vargas, quien se encargó de desmitificar ese subdesarrollo artístico y precariedad que se le atribuye al arte oral. Ya no se trata de entender o no entender, sino de intuir, de falsear, de travestir el arte para alejarlo de sí mismo. De escribir sobre las posibilidades y no sobre límites.
Es de esperar que las próximas versiones de este encuentro conquisten lugares más apartados, otros nichos, otras regiones que den visibilidad al arte nuevo, en detrimento de los circuitos artísticos “de verdad”, esa manga de babosos, repletos de estructuras y espejos, artistos logocéntricos sin plaza, sin esquina y sin calle.
         

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