Entre los restos desafortunados de la chilenidad y
golpes duros, entre peleas callejeras y quiebres del estado de derecho, una luz
en el horizonte: un suicidio ejemplar, un monumento al desconcierto y a la
decepción.
Monje, fakir y guerrero, un duelista de
extirpe. Bonvallet siempre quiso dirigir la selección nacional pero
terminó revolucionando el comentario deportivo. Quiso ser campeón del mundo
pero terminó como emblema nacional un 18 de septiembre. Venció al cáncer pero
sucumbió ante una profunda depresión. Me gustaría pensar a Bonvallet desde la
galería, lanzando fuegos artificiales en la pantalla chica, reduciendo el mundo
a una pizarra, acuñando frases para la posteridad. Uno de los mejores
monologuistas de la televisión chilena, sin duda. Eso era. Su vida
personal, no me interesa en lo más mínimo. Lo mismo sucede con el
judío de Sábados Gigantes, quien a pesar de todos sus peros no puede ser
ignorado sobre el escenario.
Entonces, la síntesis del día del comunicador radial
sería: el suicidio de Bonvallet y el final de Sábados gigantes. Más hitos para
septiembre, como trofeos, como medallas de vino tinto. Y mientras tanto la
bandera chilena como mordaza, y mientras tanto la chicha fresca hecha con el
sudor de los trabajadores de esta manoseada patria. Pútridas las fiestas que le
quitan la presión al ambiente, pérfido el enaltecimiento de los milicos
cuadrándose con el olvido. Amnistía internacional fija el número de víctimas de
la dictadura entre 5.000 y 30.000. Podrían ser ciudades enteras asesinadas,
comunidades pequeñas torturadas y padres y madres y hermanos e hijos
desaparecidos. Y seguimos rumiando los derechos humanos, y obviamos los
derechos del delincuente y nos erizamos con el aborto, cuando ella no quiere
vomitar un crío por la vagina. Las alamedas cruzadas por el hombre libre,
libremercadista. Los pacos exhibiendo el guanaco en las fondas, como actividad
recreativa. Terremoto en el norte y réplicas en fondas sin fondo, refundando
Chile entre realidad y ficción, entre recuerdos alcoholizados de un fin de
semana confuso: una porteña que me alega, se embriaga y beso en los
albores de una fiesta rancia, la inauguración de una pub llolleíno y un
recambio generacional, supermercados aprisionando a clientes en la zona de
catástrofe y un dipsómano adinerado que me mosquea y cae al suelo reducido por
jugoso, por justicia, por el gusto de golpear a un patriota en septiembre.
Hoy comienza la primavera y la tasa de suicidios
aumenta. Ojalá que muchos comunicadores sigan el ejemplo de Bonvallet. En
los medios, claro está.
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