miércoles, 4 de diciembre de 2013

CRÓNICA DE UNA MUERTE ACOMODADA

 “Puede que nunca tenga un colega 
que necesite de mí 
pero me bastan mis enemigos 
por ellos puedo vivir”

El Perro Salvaje – LPR

Nací en 1989, año en que se desarma toda una época. Cae el muro de Berlín, muere Salvador Dalí y comienza la interminable transición a la democracia. Mi generación está determinada por la plenitud de los años 90 y los incipientes logros deportivos de un período que comenzaba a saborear las virtudes virtuales de la globalización.
Pero yo nací en una provincia, por lo que el avance y los beneficios de la aldea global fueron posteriores e incluso inexistentes. Durante la misma época inicié mis estudios en un colegio de los legionarios de Cristo, lo que convirtió mi estadía en una provincia y en un colegio del ejército de Dios en una especie de doble introexilio: una provincia que sirvió de bodega para las entidades portuarias de ese entonces -un patio trasero- y un colegio que se aislaba del acontecer y de las nuevas discusiones educacionales post dictadura.
A mis compañeros, los recuerdo con cariño. Existe una cantidad interminable de anécdotas en mi generación, hecho que atribuyo a la neurosis dentro del colegio y no a la buena onda juvenil. Nuestra salida de la burbuja fue lenta pero algo violenta. Época sana, de poca marihuana, poco alcohol, poco sexo pero de excesiva carga política, o por lo menos para mi círculo cercano. Buenos años de pingüino, marcados por la beligerancia escolar del 2006 durante el gobierno de la señora Parchelet, como le llamábamos en ese entonces, que logró alborotar la tranquila provincia de San Antonio, logrando paralizar la totalidad de los establecimientos educacionales de nuestro puerto, hecho que seguramente nunca más se volverá a repetir.
Hoy, a casi 7 años de nuestro egreso e ingreso al mundo universitario, he sido testigo del “avance” de mis compañeros. Nada personal con la figuración pública, con el materialismo moral o militancias recalcitrantes en el Neoliberalismo. Mi problema es la solemnidad, mi complicación del alma es la flema: esa apatía que trae consigo el avance material y consecuente retroceso psicológico. La anulación y desconocimiento de la voluntad de webeo de antaño es lo que me preocupa. En fin, la falta de memoria resultado de pretender vivir, de abrazar la adultez ahora sí que sí.
Yo por lo menos trabajo en lo que estudiaba hace casi 4 años, entre ayudantías, inducciones universitarias, reemplazos, clases particulares y trabajo propiamente tal. Pero todo ha seguido igual, no ha cambiado mi trato, amigos, ni aspiraciones. ¿Es que estuve estudiando junto al enemigo o es solo la obnubilación de tener fluidez monetaria?
      Quizás mi problema sea con los medios y su promoción de plataformas virtuales del parecer. Recuerdo a un primo, prevencionista de riegos, que luego de titularse viajó a Suiza a buscar pega y apenas encontró, se mostró, vía Facebook, posando con fajos de billete, a lo colono, al más puro estilo de un lanza internacional. Y es que un título profesional no es certificado de una persona educada, por el contrario, es solo un certificado de limitación (como decía Huidobro).
En mi caso, ad portas de terminar mi tesis, pero con mucha docencia en el cuerpo, creo que no accederé a un automóvil a menos que lo necesite mi familia (¿para qué? vaya a saber uno), no me fotografiaré disfrutando de las virtudes del dinero, no hablaré de mi escalada en alguna jerarquía laboral; porque no me interesa promoverme como chupa pico, porque lo encuentro Cuma, porque no lo necesito y porque creo que todo profesional, con título en mano o capacidad de ejercicio, debería ligarse a una obra social y aprovechar sus fuerza económicas para revertir el status quo, quizás por el imperativo de la generación Y, tal vez por la simple decencia de mancomunar proyectos que agiten esta pesquera maloliente que nos vio nacer.

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